—¿Por fin has decidido un nombre?— preguntó Amelie.
Negué mientras reía viendo a Noah saltar con entusiasmo en mis piernas. El pequeño pelinegro contaba ya con nueve meses y medio, a medida que crecía su comportamiento era cada vez más efusivo, ahora no sólo sonreía con facilidad sino también que a cualquier hora del día y por el motivo más mínimo que se pidiese imaginar las carcajadas del niño inundaban la enorme mansión llena de adultos.
Era fascinante venir aquí y escuchar sus carcajadas desde el pasillo, su dulce risa me llenaba el alma de ternura.
—Hemos decidido esperar un poco más.— sonreí deteniendo al bebé debido al cansancio en mis brazos por sostenerlo.
Esté bebé sí que era pesado y grande, sus regordetas piernas incitaban únicamente a comertelas a besos, sus mejillas aún más.
—¿No quiere llamarla como su madre?— preguntó Carmen.
Me encogí de hombros.
Quizás sí quería llamarla como su madre, pero el hecho de qué yo también quisiera ponerle el nombre de la mía ocasionaba que