Aria despertó despacio, observando como la luz de la mañana se filtraba por las cortinas de la casa de Demian, cálida y suave, dejando destellos sobre la alfombra y las paredes. Abrió lentamente los ojos, todavía envuelta en ese aroma tan particular del lugar en el que se encontraba: café, madera y un leve perfume a cedro que él siempre usaba.
Su casa siempre le transmitió esa calma que casi daba pudor tocar.
Demian estaba en la cocina de espaldas a la puerta, moviéndose con calma, como si la mañana le perteneciera. La tostadora escupía un pedazo de pan y él lo atrapaba a destiempo con un gesto de frustración.
Aria apoyó el hombro en el marco de la puerta, disfrutando la escena unos segundos antes de hablar.
—¡Buenos días! —dijo ella, acercándose mientras ajustaba la camiseta que él le había prestado para dormir.
Demian se dio vuelta de inmediato, y sonrió con esa tranquilidad que siempre lograba bajar sus defensas.
—Buenos días, mi amor. ¿Dormiste bien?
—Sí… —Se acercó a la encimera