Capítulo 12
Cuando Aitana tenía siete años, el abuelo de Enzo celebró una fiesta de cumpleaños a la que asistieron un montón de gente. A ella no le gustaban las multitudes, así que se quedó sola en el jardín jugando con los peces. Mientras se aburría plantada allí como un hongo, de repente escuchó una voz burlona desde atrás:

—Llevas todo el día viendo esos pescados… ¿Quieres llevar uno a casa para hacer caldo…?

Aitana volteó y vio con asombro a un niño con la piel tan fina como la porcelana. Parecía tal vez uno o dos años mayor que ella. No iba tan formal, pero se notaba que su camisa costaba una gran fortuna.

Ella lo miró con sus ojos grandes e inocentes y le respondió despreocupada:

—No… Es que me siento muy aburrida. ¿Eres uno de los invitados?

—Creo que sí, pero a ellos no les caigo bien, y la verdad, tampoco me gustan ellos —dijo con firmeza el niño, mirando hacia lo lejos con una expresión madura que no correspondía a su edad.

Al voltear, vio la cara aturdida de la pequeña Aitana. Sin saber
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