𝓣𝓮𝓻𝓬𝓮𝓻 𝓭í𝓪

Me desperté en una cama que no era mía, sin zapatos y arropada.

«¿Cómo llegué aquí?», me pregunté.

Miré a mi lado y estaba sola. Me sentí perdida y desorientada. Lo único que recordaba es que me había quedado dormida en el sofá, escuchando la melodía de una guitarra.

Me levanté y recorrí la habitación. En una esquina habían tres guitarras, un piano y varios instrumentos que no conocía.

Salí del dormitorio y entré a otro en búsqueda del guapo y sexi cantante, pero no estaba. Me llamó la atención una fotografía muy bonita de un pequeño que estaba en el escritorio de lo que parecía ser su oficina.

Me acerqué y observé con ternura.

«¿Será él de niño?», pensé mientras analizaba cada una de las facciones.

—¡Hola, bonita! Es mi hijo. Tiene tres años y su nombre es Nathaniel, pero le decimos Nathe. —Tomó la fotografía y la miró con ternura.

—¡¿Tienes un hijo?, ¿eres casado?! —exclamé, preocupada.

De inmediato, retrocedió y se explicó:

—No pienses tonterías. Estoy divorciado. Todo terminó
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