¿Existen las segundas oportunidades para comenzar desde cero? Las historias de amor, no siempre son sobre una secretaria que se enamora de su jefe millonario. O de mafiosos italianos enamorándose de su rehén «aunque, debo admitir que ese tipo de historia son mi placer culpable». También existen los romances en personas normales, con vidas normales, como la mía. Ésta es mi historia, y espero que te guste. Mi nombre es Emilia Paccieco. Tengo 25 años. Soy una chica normal, un poco nerd, un poco odiando al mundo, enamorada de la música y con un carácter de los mil demonios. Cansada de mi vida, un día tomo una mala decisión; pero un par de acontecimientos ocurren en mi vida, lo que hace que mi mundo cambie por completo, o al menos a cómo yo lo veía. Felipe Santa Ana tiene 26 años. Está empezando desde cero después de haber perdido todo, ya que él cree que es la oveja negra de su familia, por haber dejado todo por ir tras la mujer que le quito todo: sus sueños de una relación estable, una casa, un auto y su propio negocio. Por azar de la vida ambos descargamos una aplicación de citas online y a pesar de tener otros Match's, logramos conectar. ¿Tendremos una oportunidad Felipe y yo? ¿Me aceptará con todos mis demonios? Si te interesa saber como continúa mi historia, sigue leyendo :-P Portada hecha por Andrea Paz. Se prohíbe cualquier copia parcial o total de la obra. Registro oficial es SafeCreative 2105087776850 Todos los derechos reservados para Andrea Paz PS.
Leer másNo eres tú, ¡Soy yo! es una novela escrita por Andrea Paz PS y registrada en SafeCreative bajo el código: 2105087776850.
Se prohíbe cualquier copia parcial o total de la obra, ya que estará infringiendo los derechos de autor.
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«No necesito demostrarle a nadie lo dañada que está mi alma. Nadie entenderá nunca lo que es tener alas y no poder volar jamás…»
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No estoy segura de cuánto tiempo llevo aquí... Miro de un lado a otro, esperando respuestas que nada ni nadie me puede dar. El ruido de la gente se escucha como un eco muy lejano, mientras suena por los parlantes que el próximo carro tiene un retraso.
Ya he dejado pasar cinco carros y aún no me armo de valor.
Sigo mirando hacia todos lados buscando algo que me ayude a tomar la decisión correcta, hasta que siento ese viento correr que anticipa la llegada del metro.
¿Lo hago o no? ¿tengo el coraje para hacerlo? —Con un nudo en la garganta, lloro por dentro, pero no quiero hacer evidente mis reales intensiones—. Es ahora o nunca —digo para mí misma.
Se aproxima el carro del metro, me acerco al andén lo más posible cruzando la línea amarilla de advertencia; mi corazón está a mil por hora, pero no quiero sufrir más, ya no quiero más de nada ni de nadie, y por mucho que quiera que pasen mil cosas en mi vida, estoy cansada, nada tiene sentido para mí.
Tengo el metro a unos segundos de llegar a mi encuentro, cuando me armo de valor y trato de dar un paso más para caer a las vías y terminar con todo, pero unos brazos fuertes me agarran del bolso que llevo en la espalda y evitan que me deshaga del dolor que siento. Caigo al suelo y lloro por la frustración y porque todo se ha acabado para mí, ya no habrá otra oportunidad, en mi interior sabía que no habría más oportunidades como ésta—. ¡Lo sabía!
El guardia me sostiene aún con fuerza y me ayuda a ponerme de píe, mientras otro se sitúa del otro lado y me guían hacia un lugar dentro de la estación. Ninguno dice una sola palabra mientras caminamos, no logro ver nada por las lágrimas que siguen rodando por mis mejillas.
Entramos a una oficina y me hacen sentar. Frente a mí un policía ordenando unos papeles, aún no logro distinguir su cara, ya que tengo la vista nublada por el llanto.
—La estuvimos observando a través de las cámaras. Llevaba más de una hora parada al inicio de la estación —menciona—. Supimos sus intenciones cuando dejó pasar el tercer carro, lo hemos visto en miles de ocasiones —señala, como para que no me sienta especial—; Necesito sus documentos —Pide el oficial en un tono serio.
Busco en el bolso mis documentos y le entrego lo que me pidió, sin decir una sola palabra, aun sollozando, con espasmos y tiritones en el cuerpo.
—¿Usted cree que lanzándose a las vías del metro se termina todo? —cuestiona enojado mientras se pone de pie y pone ambas manos sobre su escritorio—. Le informo que, además de paralizar el servicio, tendríamos que cortar el suministro de energía, cerrar la estación y dejar a miles de pasajeros a la deriva por ser hora punta —explica—. Además, tendríamos que llamar a su familia para informarles lo que usted hubiese hecho, y que, como si fuera poco, tendrían que pagar por todos los gastos que implica hacer semejante barbaridad —Me mira con ojos acusatorios y el ceño fruncido, mientras me tiende un pañuelo de papel.
—Yo… yo... no lo ssa-sabía —murmuro, aún con la voz quebrada. Nuevas lágrimas se acumulan en mis ojos nublándome la vista, mientras aprieto fuerte los ojos para que rueden libres por mis mejillas.
—¡Claro que no lo sabía! ¡Nadie sabe estas cosas, porque no piensan antes de hacer cosas como ésta! —exclama con impotencia—. ¿Tan terrible es su vida señorita —Lee mi identificación—, Emilia? —Se sienta nuevamente en su lugar.
—Usted no sabe nada... no lo entendería... nadie lo entiende… —sollozo con impotencia.
—La voy a dejar detenida y necesito el número de algún familiar para contactarme con ellos —dice, revisando unos papeles sobre su escritorio.
Me quedo en silencio, mi cabeza da miles de vueltas y lo único a lo que reacciono hacer es mover mi cabeza de un lado a otro en negación.
—¡No! ¡No, por favor! —Es lo único que logro decir, casi como una súplica.
—Es el procedimiento, señorita —dice sin levantar la vista de sus papeles.
—¡Por favor! —Pido poniéndome de pie. El hombre me mira por unos instantes—. Le prometo que me salgo de la estación y no vuelvo a intentar una tontería como esta, pero por favor, necesito salir de aquí... sin que mis padres se enteren de nada... por favor —Le digo esto último casi sin aliento y con lágrimas saliendo de mis ojos.
—Está bien, pero dejaré en el registro lo que sucedió hoy y dejaré una alerta roja con sus datos y una foto —La cual toma de inmediato, sin haberlo previsto—. Esto es para que en las otras estaciones estén al tanto de sus intenciones, así que, ni se le ocurra intentarlo nuevamente —advierte amenazante—. De momento, tiene prohibido el ingreso a esta estación.
Me quedo en absoluto silencio pensando que nada me había salido como esperaba, y que mi vida era cada día más m****a, que el día anterior.
Hago un asentimiento con la cabeza, mientras el oficial me tiende la identificación la cual sostiene con fuerza, cuando logro tomarla.
—Tengo una hija de su edad —dice más tranquilo—. Refúgiese en su familia y no tome una decisión que quebrará a su familia para siempre... piénselo —Pide en un tono “paternal” soltando el documento finalmente.
—Gracias —murmuro.
Salgo de la estación rápidamente, escoltada nuevamente por los guardias de seguridad, en absoluto silencio, el que es interrumpido por el sonido de sus Walkie Talkie, los que suenan con códigos que sólo ellos entienden.
Sin mirar atrás, subo las escaleras y me pongo a caminar sin saber a dónde; sólo quería alejarme lo más posible.
No me preocupa la hora, porque había llamado a mi madre para decirle que tenía que quedarme hasta más tarde en el trabajo y que no sabía a qué hora nos desocuparíamos, así que le avisaría cuando fuera camino a casa.
La noche estaba fría, con mucho viento. El centro de la ciudad se iba apagando poco a poco. Ya no quedaba tanta gente en las calles, por lo que imaginaba todas esas personas llegando a sus casas, con total normalidad, con sus familias o sus vidas. Siguiendo con sus rutinas, mientras yo echaba tierra a mi propia tumba, otra vez, sintiéndome muerta en vida, como todos los días.
Caminé sin rumbo por varios minutos, pero esto no podía ser eterno, en algún minuto debía volver a casa, por lo que me subí a un autobús, me puse mis audífonos y le di play al reproductor mientras sonaba “Wake Up” de Mad Season. Me sentía cada vez peor, pero me exigí no llorar más y así borrar todo rastro de lo que sucedió hace unos momentos... No tenía los cojones para volverlo a intentar.
Llegue a casa, saludé a mis padres, dejé mis cosas en mi dormitorio, lave mis manos y mi rostro, eliminando cualquier rastro de dolor.
Me acerqué con la mejor cara que podría poner, al comedor, donde mis padres me esperaban para acompañarme a cenar. Inventé una historia sobre un cliente con requerimientos presuntuosos y que por lo mismo nos tuvimos que quedar hasta más tarde en la oficina, pero no le di muchas vueltas al asunto.
Terminé de cenar, les dije que estaba cansada, me di una ducha, me puse pijama, tomé mi medicación y me refugié en mi cama, la que gracias a Dios me atrapó rápidamente para llevarme a los brazos de Morfeo.
Una semana después…
Los días pasaban y todo seguía igual, me refugiaba en mis “amigos virtuales”, ya que no podía tener otros de otra forma.
Seguía hundida en mis pensamientos. Ya nada me motivaba. Estaba cansada de seguir actuando, haciendo como si mi vida fuera maravillosa y sonriéndole al mundo.
Abro una nueva ventana de chat y le escribo a mi amiga Lucía:
Emilia: tengo que contarte algo
Lucía: ¡Hola! ¡Salúdame primero, al menos!
Emilia: sí, hola...
Lucía: ya... ¿Qué pasó ahora?
Emilia: lo de siempre... pero esta vez ya no tuve atajo… ¿puedo ir a verte? Necesito salir de esta casa...
Lucía: si, obvio, Natsh no está, así que podremos conversar tranquilas
Emilia: veré cómo salgo de acá y voy
Invento una excusa con mi madre para poder ir a casa de Lucía
—Mamá. voy donde Natsh! —digo mientras tomo las llaves del auto de papá y salgo, con la indicación de siempre: volver a las nueve de la noche en punto, ni un minuto más y avisar cuando llegue a mi destino. No salir a ninguna otra parte y dejar un numero de contacto para verificar si realmente estoy en casa de Natsh o no.
Odio esto... no soy una niña… ¡¡tengo 25 años por Dios!! —digo para mí misma.
Llego a casa de Lucía, quien, si podemos definir de alguna manera, es mi mentora. Ella fue mi profesora en la escuela. Siempre fue muy cercana y amiga de los alumnos, sobre todo de un grupo en particular, donde yo estaba incluida, pero excluida a la vez.
Me había hecho muy amiga de su hija Natasha. Éramos uña y mugre en la escuela, pero esta vez, necesitaba hablar de cosas más profundas, que con Natsh no siempre conseguía.
Me bajo del auto y toco el timbre.
—¡Te dejé abierto Emi, pasa! —grita desde su dormitorio, el que da hacia la calle.
Entro a la casa y voy a su cuarto, me siento en la cama donde ella se encuentra y me largo a llorar. Ella me acoge entre sus brazos y me acaricia el cabello por unos momentos, mientras sisea y me mece.
Levanto la mirada y comienzo a vomitar todo lo que tenía dentro, a decirle todo lo que había hecho, lo que sucedió ese día en el metro. Lucía escuchó todo, como siempre. Ya sabía mi situación con mis padres, sabía de sobra mi manera de pensar y, sobre todo, sabía todo sobre mi dolor.
Cuando terminé de hablar, me mira por unos minutos con lágrimas en sus ojos y hace un chasquido.
—Mi Emi... quiero que veas algo —dice, mientras se pone de pie, enciente la tv y pone un DVD en el lector—. Quiero que mires esto, sin reclamar, sin decir absolutamente nada y cuando termines hablamos, si es que quieres —ordena, por lo que asiento con la cabeza.
Comienza a reproducirse “El Secreto”, nunca lo había visto. Había leído algunas reseñas, pero mi depresión era más fuerte. Nada, menos un libro, me haría salir del hoyo en el que me encontraba y, según mi lógica, si el libro tiene “película”, debe ser malísimo.
Algo en mi interior hizo “click”.
La miré, ella me sonrió. La abracé y no dijimos nada. Le di un beso, tomé mis cosas y me fui, no sin antes gritarle “gracias” desde la puerta.
Tres meses después de la partida de mamá, sumado al insomnio que esto me generó, retomé la lectura un día, cansada de tanto pensar. Tomé mi Kindle y comencé a leer algunos libros que tenía en mi biblioteca. Pasaba horas leyendo y era lo único que me despejaba por completo del recuerdo de mi madre.Digamos que no ayudaba mucho el hecho de estar viviendo en su casa, con sus recuerdos y sus cosas, pero por ahora, era lo mejor.Felipe me ha dejado “ser”, me ha dado todo el tiempo del mundo para vivir mi duelo de esta forma y si bien estoy con ellos todo el día, me tomo mis tiempos a solas para leer y no pensar. He vuelto a escuchar música, mientras leo y me pierdo en las letras y las historias de cada libro.Un día, mientras buscaba algún libro nuevo para leer, me llega una notificación de F******k, ya que alguien le había dado like a una publicación que subí, por lo que me puse a navegar y ver las publicaciones de familiares y amistades hasta que me apareció una publicidad que me llamó mu
FELIPEEmilia lleva un par de meses con insomnio, pero no le digo mucho, porque entiendo que es su forma de pasar la pena y no la juzgo, jamás podría ponerme en su lugar, porque tengo hermanos y si bien por obviedades de la vida, en algún momento a mis papás les tocará partir, tendré a mis hermanos para no sentir ese vacío que describe ella.Me levanto al baño y miro la hora en el móvil cinco y cuarto de la mañana y Emilia no está en la cama, por lo que voy a la sala para ver cómo está. La encuentro en el sillón, abrazada a sus piernas, mirando a la nada.—¿Cómo estás, bonita? —pregunto, mientras la arropo con una manta y me siento a su lado.—Hay cosas que nunca voy a entender de mamá y a pesar que no nos llevábamos del todo bien… extraño las cosas cotidianas, ¿sabes? —dice sin mirarme, manteniendo la misma posición.—Es lo normal, amor y aunque su relación madre-hija no fuera la mejor, en el fondo siempre actuaste en modo de defensa, así como para protegerte a ti misma, o para no dañ
FELIPEEsa noche, como normalmente hacen las personas creyentes, se hizo una cadena de oración en nombre de Angélica, pero Emilia optó por hacer algo mucho más significativo, que realmente me dejó sin palabras.Encendimos una vela y nos tomamos de las manos.—Mamá, te perdono por todo el daño, quizás sin querer, me has hecho a lo largo de mi vida… Te perdono por toda la sobreprotección que me diste, con la que me cortaste las alas, sin dejarme aprender a volar jamás… Te perdono por haber sido tan rígida, cuando yo sólo necesitaba un abrazo… Te perdono por todas las veces que me dijiste que estaba gorda, sin ayudarme a superarlo o a amarme tal como soy… Te perdono, porque sé que, en el fondo, todo lo hiciste porque querías que me convirtiera en la mujer fuerte, como lo soy hoy… Te perdono por cada vez que me regalaste algo material, en vez de decirme cuánto me amabas... —Toma un respiro, se seca las lágrimas y continúa—. Te perdono por todas las veces que hablaste mal de Felipe, sin sab
Dos meses después…Llamo a mamá como todos los días y la escucho mal, está muy agitada y la sentía decaída.—Mamá, te escucho mal, ¿Cómo te sientes? —pregunto preocupada.—Mal, hija, mal…—contesta apenas, por lo que mis alarmas saltan de inmediato.—¿Quieres que llame un médico, para que te vaya a ver? —pregunto sin saber cómo ayudarle.—Si… —Logra decir, y si lo acepta tan fácil, es porque reamente se siente mal.—Llamaré a tía Carmen, para que te acompañe —digo y cuelgo la llamada.Marco a tía Carmen y le comento que mamá no está bien, que le enviaré un médico para que la revisen y si la puede acompañar.Dos horas después…Vuelvo a llamar a casa de mamá.—¿Aló? —contesta tía Carmen.—Hola, tía, ¿Cómo vio a mi mamá? —pregunto nerviosa.—Hola, Emi. Tu mamá está dormida ahora, le estoy cocinando algo liviano, ya que no se ha sentido bien del estómago. Pero no la veo nada bien, Emilia —responde y mi preocupación aumenta.—Y ¿Qué dijo el médico? —pregunto.—Que eran crisis de pánico, que
FELIPEMe siento devastado, no sé cómo pude estar tanto tiempo sumido en este hoyo sin reaccionar ¡Por Dios! ¿Qué clase de hombre soy?, si he dejado toda la responsabilidad sobre Emilia… Tiene toda la razón del mundo para sentirse desilusionada. Tiene todo el peso de las deudas, la condición de Andrés, el trabajo y yo aquí, hundiéndome cada día, haciendo nada. Y me cuesta admitirlo, pero mi ego es el culpable, ya que no quería postular a ningún otro trabajo que no fuera relacionado a mi área, pero ya no más. Si ahora debo barrer las calles por sacar a mi familia, así será.—¡Se acabó! —digo en voz alta, por lo que ordeno un par de cosas en mi bolso. Ordeno un poco la casa y hago aseo, cosa que cuando volvamos, esté todo limpio y ordenado.Busco algo para comer en la nevera y veo que Emilia ayer había comprado algo especial, que ni siquiera sé con qué dinero lo hizo…Ay mi Emi… Cómo te pude fallar tanto como hombre —Pienso y niego, tomando la comida para calentarla y comer algo.Vuelvo
Pongo algo de música y suena Freak on a Leash de Korn y entre la letra de la canción y el caos mental que sentía, volví a detener el auto, iba con Andresito, no podía correr peligro o arriesgarme a que nos pasara alguna cosa. Golpeo el manubrio en reiteradas ocasiones, dando gritos contenidos mientras las lágrimas me nublaban la vista.—¿Mami? —pregunta Andresito adormilado.—Sí, mi vida, no pasa nada. Vuelve a dormir —digo, mientras siseo para que se vuelva a dormir. Retomo la marcha porque sé que eso lo relajará.Suena mi móvil y es Melania, por lo que bufo.—Emi… Felipe llamó a Alfredo y le dijo que no iría a la entrevista —dice cabreada y no sé qué contestarle.—Ya no es mi problema, Melania, lo acabo de echar de la casa —digo lo más fría posible.—Ohh… Lo lamento, Emi —dice apenada.—Dile a tu marido que muchas gracias, pero que a mí no me diga nada, ese ya es problema de Felipe —digo seca, tratando de contener todo lo que siento al respecto.—No te preocupes. Pues… que tengas bue
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