Capítulo 40

Una Medalla

Serena lo miró con una intensidad que hizo que Dante contuviera un suspiro. Sus ojos brillaban con curiosidad y determinación y en ellos había algo más: confianza. No había timidez, no había miedo, solo la decisión de entregarse, aunque fuera poco a poco.

- Dante… - le dijo en un susurro tembloroso, pero firme - Desnúdate… para mí.

El italiano sintió que el corazón le daba un vuelco. Cada fibra de su cuerpo ardía, sus manos deseaban recorrerla, tocarla, pero esta vez era ella quien llevaba la iniciativa. Respiró hondo, intentando calmar la urgencia que lo dominaba.

- Tus órdenes, piccola… - respondió, la voz ronca, baja, casi un suspiro. – Mi cuerpo te pertenece.

Serena se acercó un paso, su mano temblorosa rozando la suya.

- Quiero verte, Dante. Para que sepas que… que

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