La Impaciencia Del Anhelo
La villa dormía bajo el manto oscuro de la madrugada, envuelta en silencio. El coche había quedado en la entrada y Dante apenas había saludado a los guardias antes de entrar a toda prisa. Su vuelo de regreso se había retrasado horas por la niebla londinense, pero la impaciencia le quemaba la sangre: ahora que tenía la bendición de Arthur Winters, ya no podía esperar.
La decisión latía en su pecho como un tambor. La caja con el anillo descansaba cerrada en su puño derecho, apretada con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. Cada paso que daba en los pasillos oscuros de la villa lo acercaba más a ella y con ello el torbellino en su interior se intensificaba: deseo, ternura, ansiedad, una emoción nueva que lo hacía sentir vulnerable.
Golpeó con los nudillos la puerta de la habitación de Serena, pero cuando no hubo respuesta, se decidió y empujó la puerta con cuidado, casi con reverencia y la encontró profundamente dormida.
La luz tenue que entraba por la