– ¿Qué esperas? ¡Ve!
Al escuchar el tono impaciente de Alejandro, Javier no tuvo más opción que subir.
Se paró frente a la puerta de Sofía y tocó suavemente.
– Señorita Sofía, el señor Rivera le pide que baje.
Silencio absoluto desde adentro.
Javier frunció el ceño y volvió a llamar:
– ¿Señorita Sofía?
Aún sin respuesta, no tuvo más remedio que decir:
– Disculpe, señorita… con permiso.
Dicho esto, abrió la puerta.
El cuarto estaba impecablemente ordenado, pero no había ni rastro de Sofía.
Alarmado, Javier bajó corriendo las escaleras, pálido.
– ¡Señor Rivera, no... no está! ¡No está en la habitación!
– ¿Qué dijiste?
El rostro de Alejandro se oscureció al instante y subió de inmediato al segundo piso.
Tal como Javier había dicho, la habitación estaba vacía.
Su expresión se volvió aún más sombría.
– ¿No será que la señorita... se escapó? –aventuró Javier con cuidado.
– ¿Y hace falta que me lo digas? –respondió Alejandro con un tono lleno de amenaza–¡Llámala ahora mismo!
– Sí, sí…
Javier