El secretario Javier no pudo evitar decir:
—Señor Rivera, tengo la impresión de que esto no es tan sencillo como parece…
Esa señorita Sofía ya no se parece en nada a la de antes.
Hace un momento no estaba dispuesta a hacer nada, y ahora ha ido sumisa a la cocina a preparar la cena.
Eso da pie a sospechas.
Alejandro respondió con indiferencia:
—¿Qué tiene de complicado? Con Sofía, el dinero y la presión bastan para hacerla ceder. Ese tipo de mujer, bah…
Cuando el reloj marcó las ocho, Alejandro bajó del segundo piso.
Sofía había colocado el último platillo sobre la mesa y se desabrochaba el delantal.
—Sube a cambiarte de ropa, y luego baja —ordenó Alejandro.
—¿Y la ropa? —preguntó Sofía, sin mostrar emociones.
—Señorita Valdés, esta es su ropa —dijo una sirvienta, entregándole un uniforme de servicio.
Sofía entendió de inmediato: esto era una humillación directa y deliberada de Alejandro.
Pero en lugar de explotar como él esperaba, Sofía simplemente tomó el uniforme y subió las escalera