Al oír eso, Luisa abrió los ojos de par en par, furiosa:
—¡Sofía! ¿Qué estás insinuando?
Todos en la sala voltearon a verla.
Diego, el gerente, intentó intervenir:
—Señorita, usted es joven, y la señora Luisa solo busca lo mejor para la empresa…
Pero Sofía lo interrumpió sin darle oportunidad de seguir:
—Gerente Diego, de todos los presentes en esta sala, el que menos derecho tiene de hablar a favor de mi tía… eres tú.
—¿Qué… qué quiere decir con eso? —preguntó Diego, desconcertado.
Sofía sonrió con frialdad y dijo:
—Siempre he pensado que los problemas familiares no deben ventilarse en público. Estaba dispuesta a guardar las apariencias por el bien de ella… Pero ustedes se pasan de descarados. Yo los perdono, y ustedes todavía quieren que les entregue la empresa como si nada.
—¡Sofía! ¡Tus palabras son inaceptables! —gritó Luisa.
Antes de que pudiera seguir hablando, Sofía le hizo una señal a su asistente.
El asistente, sin decir palabra, comenzó a teclear en la laptop.
En la pantalla