—Está bien, no fue tu culpa —dijo Alejandro mientras le acariciaba suavemente la cabeza a Mariana.
—Haré que Javier te lleve a casa.
Al darse cuenta de que Alejandro no tenía intención de llevarla él mismo, Mariana sintió un momento de pánico.
Pero también sabía que no podía exigir demasiado, así que bajó la cabeza y dijo:
—Con que no estés enojado conmigo, me basta… Alejandro, de verdad no quiero perderte.
Dicho esto, Mariana subió al coche con Javier.
Del otro lado, Sofía también se preparaba para marcharse.
Pero apenas dio vuelta en el pasillo, Alejandro la tomó del brazo y la empujó suavemente contra la pared.
—¡Tú! —Sofía reaccionó por instinto, intentando zafarse.
Pero Alejandro le sujetó el brazo con fuerza y, con frialdad, dijo:
—Sofía Valdés, qué prisa tienes por irte.
—¿Y tú qué haces aquí? ¿No deberías estar consolando a la señorita García? —replicó ella con el ceño fruncido, claramente disgustada con su cercanía.
Alejandro soltó su brazo y dijo en voz baja pero gélida:
—¿Ta