—¿Tía, tan repentino? ¿Pasó algo grave?
Luisa jamás se atrevería a confesarle a Sofía que había caído en las garras de los usureros.
En la familia Valdés siempre se había prohibido tajantemente recurrir a préstamos de ese tipo; si el rumor se corría, no sólo perdería la poca dignidad que aún conservaba, sino que Sofía tendría motivos de sobra para echarla de la casa en cualquier momento.
Sofía, que conocía bien el miedo de Luisa, sonrió apenas y dijo con calma:
—Entonces en este momento te mando el contrato al celular. Con tu firma, queda validado; en cuanto lo hagas, mandaré que Tesorería te transfiera el dinero. Claro, eso también significa que tú y tu hijo renuncian a todo lo que dejó mi padre.
Frente a los rostros fieros de los cobradores, Luisa no se atrevió a dudar:
—¡Está bien! ¡Lo firmo, lo firmo ya!
El contrato llegó de inmediato al celular. Ni siquiera alcanzó a leer una sola cláusula; con la mano temblorosa estampó su firma.
Segundos después, apareció en su cuenta una transf