En ese momento, todas las miradas hacia Sofía parecían dagas, como si fuera una enemiga declarada.
—Aquí tienen los exámenes. En cinco minutos comenzamos. Más vale que todos se porten con cuidado —anunció el profesor con voz severa.
Esta vez, por orden de Alejandro, no había trato especial ni salón aparte para Sofía. Tenía que presentar la prueba en el aula grande, y hacerlo solo con la mano izquierda.
La noche anterior había usado la pomada que le dio Leonardo, y esa mañana notó que la mano estaba más suelta, menos rígida. Podía moverla con mayor facilidad.
Durante la prueba, Sofía no levantó la vista ni una sola vez.
En cambio, los demás se veían desesperados.
El rumor era que los exámenes habían sido modificados; todos pensaron que eso significaba una versión más sencilla, pero resultó ser lo contrario: las preguntas eran mucho más complicadas.
Varios estudiantes no sabían ni cómo empezar. Solo unos cuantos lograban avanzar con cierta fluidez.
Hasta el rostro de Mariana, en la úl