Luisa miró la sonrisa en el rostro de Sofía, y no pudo evitar sentir un escalofrío en la espalda.
Una hora después, Sofía se había cambiado: llevaba unos shorts de mezclilla ajustados y una camiseta blanca sin mangas ceñida al cuerpo, combinados con una chaqueta de mezclilla.
Frente al edificio del Grupo Rivera, los empleados no podían quitarle los ojos de encima. Parecía que sus pupilas estaban a punto de salirse de las órbitas.
Con gafas de sol puestas, Sofía se acercó a la recepción.
—Quiero ver al señor Rivera.
La recepcionista, al ver a una belleza de piel suave, piernas largas y rostro perfecto, respondió de inmediato:
—Disculpe, señorita. ¿Tiene una cita?
Sofía se quitó lentamente las gafas de sol.
—Soy Sofía Valdés.
La recepcionista quedó boquiabierta.
—¿Señorita Sofía?
—¿Puedo subir ya?
—¡Claro que sí! ¡Por supuesto!
La recepcionista se apresuró a dejarla pasar y la ayudó a activar el ascensor con su tarjeta.
—¿Vieron eso? ¡Esa era la señorita Sofía!
—¿Por qué iba vestida así?