—Imprímelo para que la señorita Valdés lo revise y firme.
—Sí.
Bruno enseguida pasó el contrato por la impresora.
Elías lo había redactado con tanta claridad que parecía temer que Sofía no entendiera: frases sencillas, letras resaltadas en los puntos favorables para ella.
Sofía, tras asegurarse de que no había trampa, estampó su firma.
Cuando Bruno le entregó el documento a Elías, éste ni siquiera lo miró; lo firmó de inmediato.
—¿Ya no hay más asuntos, Elías? Si no, me retiro —dijo Sofía.
—¿No decías que ibas a ejercitar la mano izquierda? —preguntó él con calma—. ¿Ya no?
—Eso es terapia de rehabilitación, y la hace el doctor Leonardo, ¿o también sabes hacerlo tú?
—Yo lo dije —añadió Leonardo con malicia—. En esas cosas yo mismo me reconozco por debajo de Elías. Si quieres, deja que él te enseñe.
Pero Sofía no mostraba el menor interés.
—Olvídalo, no tengo intención. —Se puso de pie.
De pronto notó que Bruno ya estaba en la puerta y, sin aviso, cerraba el pestillo.
Sofía se quedó hela