—¿Y Alejandro? ¿No vino, verdad? —preguntó Sofía de inmediato, con el gesto tenso apenas al escuchar su nombre.
—El señor Rivera dijo que, de ahora en adelante, en asuntos menores como sus revisiones médicas, ya no vendrá —respondió el secretario Javier.
—Qué alivio.
—¿Alivio? —Javier se quedó sorprendido.
¿Tan poco quería la señorita ver a su jefe? Antes no era así…
Sofía, notando la mirada extraña de Javier, añadió:
—El señor Rivera tiene demasiadas responsabilidades. No debería perder el tiempo conmigo. ¿No íbamos al hospital? Vámonos.
Estaba ansiosa por empezar la rehabilitación.
Faltaban solo nueve días para el examen y, si en ese momento no podía levantar la pluma con la mano derecha, tendría que usar la izquierda.
Javier seguía con dudas, pero no dijo nada más y la condujo hacia la salida.
En el hospital central todo estaba listo desde temprano: equipos de primer nivel y un grupo de especialistas traídos del extranjero.
Apenas Sofía llegó, la llevaron a la sala de consulta.
Allí