Para no olvidarse, incluso se tomó la molestia de escribir las recetas en una libreta.
Esas mismas que Sofía había tirado a la basura días atrás, pero que Luisa rescató a escondidas.
—¿Qué tal? ¿Está rico? —preguntó Lola, segura de que su sazón no podía ser peor que la de Sofía .
Creía que esta vez lograría conquistar el paladar de Alejandro. Pero él dejó los palillos sobre la mesa y, con voz helada, dijo:
—Levanta tus platos y sal de aquí.
Lola se quedó pasmada.
—¿Señor Rivera… no le gustó?
Imposible.
¡Era la receta que Sofía había anotado con su propia mano!
No podía estar equivocada.
Incluso había copiado hasta la forma de emplatar de Sofía.
¿Cómo era posible?
¿Acaso Sofía había ocultado algo?
—Te dije que salieras, ¿no escuchaste? —la mirada de Alejandro se volvió cada vez más fría.
Lola sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Señor… señor Rivera…
—¿Imitar a alguien como burda copia? ¿Qué pretendes?
—Yo… yo…
—¿Quieres disfrazarte de Mariana para agradarme, como lo hacía Sofía?