Sofía cayó al suelo sin poder evitarlo. El brazo chocó contra una piedra dura y la sangre brotó de inmediato.
Los ojos de Alejandro Rivera se afilaron como cuchillas.
—Sofía, ¿sabes lo que hiciste hoy? ¡Habla!
El dolor la hizo inhalar entre dientes, pero aun así lo enfrentó sin bajar la mirada.
—¿Qué hice hoy? Señor Rivera, ¿acaso no lo vio usted mismo en el hospital? ¿Para qué vuelve a preguntarme?
—¿Todavía quieres hacerte la tonta?
El tono de Alejandro destilaba frialdad.
—Esta noche mandaste gente a la casa de Mariana para destrozarla. ¿Sí o no?
Sofía se quedó helada.
¿Ella, romper la casa de Mariana?
—¡No quieras fingir inocencia! Sí, los de su lado te ofendieron, pero Mariana no tuvo nada que ver. No sabía que eras una mujer con un corazón tan podrido. De haberlo sabido antes, te habría echado de la universidad sin dudarlo.
Escucharlo cargarle culpas sin prueba alguna le encendió la rabia y la humillación.
—¡Alejandro Rivera, no fui yo!
—¿No fuiste tú? ¿Crees que me voy a tragar