—Por Sofía, ceder un salón no es problema —dijo Mateo con tono neutro, sin mostrar ni una pizca de emoción.
Luisa se le iluminó la cara de inmediato.
—¡Ya sabía yo! ¡Sabía que usted iba a decir que sí!
Mateo esbozó una sonrisa leve.
—Ya que es para la señorita, cedamos el salón más grande. Que el cumpleaños de su hermano se celebre como se debe.
Luisa ni siquiera sospechó que algo no cuadraba. Seguía riéndose como si le hubieran contado el mejor chiste del año.
—¡Eso, eso! ¡Así se habla! Usted sí que es un caballero… no como otros.
Comparado con ese Alejandro, este sí que sabía tener clase.
Mateo miró al gerente y asintió apenas con la cabeza.
—Hazlo como quedamos. El doble, a mi cuenta.
—Entendido, señor.
Y sin mirar a Luisa una sola vez más, se dio la vuelta y se fue.
Ella parpadeó, desconcertada. No esperaba que le cobraran. Pensó en correr tras él, pero ya había desaparecido por completo.
Pero luego pensó: “Bah, el doble no es nada. ¿Qué tanto puede costar un salón?”
Diego se acerc