—¿Tú crees que no sé cuánta plata tiene Sofía? —espetó Alejandro Rivera con frialdad—. Sigue subiendo la puja.
—…Entendido.
—¡Noventa millones! —anunció el secretario Javier, alzando de nuevo la paleta.
Esta vez el murmullo se volvió estruendo.
¿Noventa millones?
El precio del collar se había inflado casi diez veces.
Ya no era una subasta, era una guerra.
Sofía miró de reojo a Elías y dijo en voz baja:
—Esto lo estás haciendo a propósito, ¿cierto?
Desde el principio, Elías sabía que Alejandro querría ese collar.
Por eso le había pedido a ella que pujara.
Después de lo que pasó con Mariana, Alejandro no podía permitirse otra derrota.
Aunque fuera por puro orgullo, no iba a ceder.
—No olvides lo que me prometiste —respondió Elías, recostándose con desparpajo en la silla—. Ese collar es mío, cueste lo que cueste.
—Tú… —Sofía lo miró con rabia contenida. Estaba claro que Elías la había metido en esto sabiendo que podía quemarla viva.
Pero si era un juego, entonces que jugara.
Que todos vie