Al día siguiente, Alejandro primero pidió que los empleados y el chofer llevaran a Sofía de regreso a su casa, mientras él se dirigía temprano a la oficina para una reunión.
Durante la reunión, Alejandro apenas prestaba atención; en su mente no dejaba de repetirse la imagen de Sofía, tendida en la cama del hospital, gritándole y regañándolo la noche anterior.
Al pensar que Sofía lo había hecho a propósito, Alejandro no pudo evitar sonreír; sin darse cuenta, una curva sutil se dibujó en sus labios.
Los presentes en la sala de juntas se quedaron un momento sorprendidos.
—Señor Rivera… ¿qué le pasa?
—¡Ejém! —tosió un par de veces el secretario Javier, señalando a Alejandro que debía comportarse.
Solo entonces Alejandro notó que todas las miradas estaban sobre él. Rápidamente, su sonrisa se desvaneció, y con tono frío dijo:
—Bien, sigamos con este plan de cooperación.
—Señor Rivera, hay un asunto más —dijo un gerente del departamento—. La tierra en las afueras del sur de la ciudad ha sido