El rostro de Alejandro estaba peligrosamente cerca del suyo.
En el pasado, una mirada así habría bastado para sonrojar a Sofía.
Pero esta vez, Sofía lo empujó con firmeza, frunciendo el ceño.
—Señor Rivera, esto es una empresa. Le pido un poco de respeto.
—¿Tú me pides respeto?
Alejandro soltó una carcajada seca, como si acabara de oír una broma absurda.
Se inclinó aún más hacia ella, su voz cargada de ironía.
—¿Y quién era la que venía a buscarme tres veces al día, intentando por todos los medios agradarme? ¿No te preocupaba el respeto entonces, eh?
Sofía retrocedió un paso, esquivando su cercanía. Con tono ligero, replicó:
—Entonces era joven y tonta. Espero que no me lo tome en cuenta.
Mientras hablaba, echó un vistazo a su alrededor.
—Señor Rivera, esto es el baño de mujeres. Si lo que quiere es hablar, tal vez este no sea el lugar más adecuado, ¿no cree?
Alejandro la miró unos segundos en silencio, estudiándola.
—¿Señor Rivera?
—Acompáñame a mi oficina.
Su tono volvió a ser el de