Al pensar en eso, la sonrisa de Mariana se tensó visiblemente.
—Yo... yo tampoco lo sé —titubeó—. Solo pensé que la señorita Valdés ya es una adulta. No creo que simplemente desaparezca, ¿no?
Al ver que Mariana realmente no sabía dónde estaba Sofía, Alejandro dijo con voz baja pero firme:
—Ya es tarde. Voy a pedir que el chofer de la empresa te lleve a casa.
—¡Alejandro! —exclamó Mariana, dando un paso hacia él.
Lo miró por unos segundos, dudando, hasta que al final se atrevió a preguntar:
—¿Estás... preocupado por la señorita Valdés?
—Es la prometida oficial de Rivera Corporativo. Nos representa. Y si algo le ocurre, no sabría cómo explicárselo a mi abuela.
Dicho eso, Alejandro subió al coche sin añadir una sola palabra más.
Mariana se quedó sola en el estacionamiento, su rostro nublado por una mezcla de frustración e incertidumbre.
¿De verdad solo era por compromiso?
¿O es que… en realidad ya la quiere?
No lo dijo en voz alta. Pero por dentro, lo supo con claridad: no podía permitir