—¡Riiiing…!
En la empresa de Rivera.
Alejandro Rivera desvió la mirada hacia su escritorio. El nombre “Sofía ” parpadeaba en la pantalla del celular.
Instintivamente alargó la mano para contestar.
Pero justo cuando sus dedos tocaron el aparato, se detuvo.
¿Contestar tan rápido? No. Eso solo le daría poder a Sofía.
¿Acaso cualquier persona puede llamarlo y obtener respuesta al instante? Él no era ese tipo de hombre.
Recordó las tantas veces que ignoró llamadas suyas. Así que decidió dejarla sonar.
Solo cuando el tono estuvo por extinguirse, Alejandro respondió con fingida molestia:
—¿Qué necesitas?
Silencio.
Lo único que alcanzaba a escucharse era el zumbido lejano de motores, como si alguien estuviera en movimiento.
Alejandro frunció el ceño.
—¿Sofía?
Un segundo después, la llamada se cortó.
Alejandro bajó la vista al teléfono con el ceño aún más apretado, y sin pensarlo, devolvió la llamada.
Esta vez, el celular estaba apagado.
Su expresión se endureció.
—¡Javier, entra ahora! —ordenó