Capítulo 126
Al ver que todos alrededor comenzaban a alborotarse, Lola no tuvo más remedio que ir a saludar, aunque no quisiera.

Después de todo, unos días antes había presumido frente a sus compañeras que era prima de la prometida de Alejandro.

Pero la verdad era que en su salón abundaban las verdaderas hijas de empresarios y políticos, muchachas que, aunque no alcanzaran el nivel de los Rivera o los Valdés, sí venían de familias influyentes.

Y ninguna de ellas veía con buenos ojos a Lola, aquella muchacha que apenas hacía unos años vivía entre gallinas y caminos de terracería.

Si ahora no se acercaba a saludar a Alejandro, sería como confesar en voz alta que todo lo que había dicho antes era mentira.

Con el corazón latiéndole fuerte en el pecho, Lola dio un paso al frente justo en el momento en que los ojos de Alejandro se posaban brevemente sobre ella.

Sintió cómo el aire le fallaba.

En cuestión de segundos, el secretario Javier se acercó con paso rápido.

—¿Señorita Hernández? El señor Rivera de
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