Capítulo 8
—¿Tengo que aceptar tus disculpas? —miré a los ojos de Diego, con voz baja pero lo suficientemente dura como para hacerlo estremecer.

El patio fuera de mi dormitorio, normalmente lleno de las voces de jóvenes lobos, se había quedado inquietantemente silencioso. La tensión entre nosotros había atraído miradas curiosas. No podían entender nuestras palabras, pero el peso de la situación era palpable. Algo se estaba rompiendo.

Odiaba la idea de estar en exhibición, pero no había forma de esconder esto.

Todos esos años de silencio, de reprimir mis propias emociones, salieron a borbotones.

—Dices que redirigiste tu amor hacia Esperanza, como si eso hiciera que todo estuviera bien. Pero, ¿por qué ella recibió tu protección mientras que yo no obtuve nada más que tu desprecio?

—Odiabas cuando yo peleaba con ella. Decías que era escandalosa, demasiado rebelde. Pero si no hubiera luchado, ni siquiera me habrías hecho caso. Me habrías dejado desaparecer en el fondo.

—Encontré algo mejor cuando me
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