Subo las escaleras intentando que mis pasos no resuenen con fuerza, aunque por dentro todo mi cuerpo aún vibra con la adrenalina del enfrentamiento. Cuando llego al pasillo superior, camino en dirección a la habitación de Paloma, y me detengo frente a la puerta del baño que está entreabierta, y desde dentro llega el suave chapoteo del agua mezclado con el murmullo de la voz de Paloma que cantaba bajito. Una melodía sin letra, solo notas inocentes, como quien inventa la música para calmarse.
Golpeó suavemente con los nudillos.
—¿Puedo pasar?
—Sí —responde con voz ahogada, como si intentara sonar más alegre de lo que realmente estaba.
Entro despacio. El vapor se arremolina en el aire, empañando el espejo y trayendo consigo el olor cálido del jabón de lavanda. Paloma está sentada en la tina, con el cabello cubriéndole la cara y los ojos más apagados de lo que me gustaría ver en una niña que debería estar pensando en colores y juegos, no en madres que rechazan abrazos.
—¿Espero que sea el