CAPÍTULO 48

El aire huele a algo más que hospital. A miedos antiguos, a palabras que uno no quiere pronunciar. Román y yo habíamos pasado la noche conversando, midiendo palabras entre silencios largos, buscando un punto medio en medio de un campo minado. No fue fácil, pero lo logramos. Al menos eso quiero creer. Él aceptó que Paloma necesita ver a su abuelo. Yo acepté ser quien la traiga, con el pecho apretado y el alma cargada de un presentimiento que no sé explicar.

Paloma va en el asiento trasero con su expresión expectante. El cabello recogido en dos trenzas perfectas que le hice esta mañana, y sus ojos tan parecidos a los de Román brillaban con una mezcla de ilusión y temor. La niña sabe que algo pasa, por más que intentáramos disimularlo.

—¿Tú crees que el abuelo se acuerde de mí? —me pregunta, mientras subimos por el ascensor hacia el cuarto piso.

—Claro que sí, mi amor —le dije con una sonrisa que se me quebró en la garganta. Sé por Roman que hace un tiempo que los padres de Julia no
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