CAPÍTULO 51.
El silencio del despacho de Román tiene un peso distinto cuando él no está. Las cortinas están abiertas, dejando que la luz suave de la mañana bañe la alfombra color arena y acariciara el respaldo de cuero del sillón donde él suele sentarse. Puedo sentir su presencia incluso en su ausencia; en el orden meticuloso de sus carpetas, en el aroma a café que aún flota en el aire, en ese retrato de Paloma que siempre mantiene a la vista, como si su existencia dependiera de recordar por qué lucha.
Entro despacio, cerrando la puerta con cuidado para que no suene. No tengo mucho tiempo. Paloma ya está en la escuela, y he visto a Román en el comedor terminando su desayuno; así que, tengo unos cinco minutos o diez si la suerte me favorece. Mis manos están heladas. Tal vez por el frío leve de la mañana o por el vértigo de saber que lo que estoy a punto de hacer no es del todo honesto. Pero lo necesitaba. Me acerco al escritorio y comienzo a revisar una a una las carpetas con etiquetas precisas. “G