—Tomás... —mi voz salió como un susurro.
Me puse frente a él, bloqueándolos de su vista. Quería sacarlo de la ira creciente generada por esa llegada, trataba de controlar la situación que se deterioraba rápidamente.
Su mirada bajó hasta mi rostro, la tensión que se había apoderado de su mandíbula comenzó a ceder y dejó escapar un suspiro.
—Bien. —agitó una mano y casi todos los guerreros se alejaron, aún había una línea de defensa, pero nada comparado con el ejército de guerreros que había solo un segundo atrás.
—Gracias. —moví mi mano hacia su brazo. Sus ojos bajaron para observar cómo tocaba el área cerca de su bíceps.
—Entonces, mejor entra... —gruñó, mostrando los dientes, pero sin apartar la vista de mis ojos.
Bien, si al menos podía mantenerlo calmado, no les pasaría nada a mis padres.
Allí estaba él, era un Alfa que parecía ser razonable, siempre y cuando las cosas se hicieran a su manera. Pero cuando no era así, el monstruo salía a la luz... Fátima era un perfecto ejemplo de e