En contra de mi mejor juicio, asentí, aceptando seguirlo hacia su habitación de hotel, por los viejos tiempos. Porque, sobre todo, habíamos sido cercanos de niños.
Entramos al ascensor, y las paredes con espejos me recordaron que solo llevaba mi bikini de hilo rosa. Me maldije internamente antes de envolverme lentamente la toalla de playa alrededor de la cintura, justo cuando la puerta del ascensor se cerraba.
Esperé haber sido discreta, pero cuando levanté la vista lentamente, encontré a Jorge recostado contra la pared del ascensor, con la mirada fija en mis caderas. Antes de que se moviera hacia la parte de arriba de mi bikini, que aún no había cubierto.
No hizo ningún intento por apartar la vista, ni siquiera cuando carraspeé... mi rostro se sonrojó por su mirada.
—¿Qué piso? —Sentí que mis propias cejas se fruncían al romper el incómodo y tenso silencio que había caído sobre nosotros, mi dedo preparado para presionar cualquiera de los diez pisos.
—Ático. —gruñó, sus ojos finalmente