Todo mi cuerpo se tensó cuando él besó el dorso de su mano antes de caminar en mi dirección. Estaba seguro de que la tensión de mi cuerpo no pasó desapercibida para el Alfa sentado a mi lado. Una sonrisa burlona surgió en su rostro al levantar su vaso de trago corto hacia los labios.
—Buenas noches, Alfa. —El doctor Alberto extendió su mano para que el Alfa Héctor la apretara. Era un hombre seguro de sí mismo, incluso para su edad, que no podía ser mayor que yo. Lo situaría en sus veinticinco a treinta años.
—¿Ya te vas?
—Tengo que madrugar.
—Sí, supongo que ya es bastante tarde. —Alfa Héctor le estrechó la mano al doctor, sacudiéndola con respeto.
—Bueno, gracias por la invitación.
—Por supuesto.
Observé en silencio mientras el doctor se alejaba, mis manos apretando mi vaso con fuerza, un ceño fruncido clavado en mi rostro mientras lo veía adentrarse en las sombras de la noche.
—No te cae muy bien, ¿verdad? —Intentaba descifrar si su pregunta tenía un tono de humor.
—No lo conozco lo