Mi lobo se agitaba dentro de mí, queriendo empujarme hacia ella... tocarla.
Lo contuve, no... me negué a ceder a los deseos, a las ganas.
Dos hombres se acercaron a ella y di un paso a un lado, observándolos desde las sombras mientras la llamaban. Estos eran los dos tipos que había castigado en el entrenamiento por sacar pajitas para coquetear con ella. Un gruñido resonó en mi pecho mientras ella se giraba para interactuar con ellos. Ni siquiera debería haberles dedicado un segundo de su tiempo.
Desde cerca, los escuché disculparse mientras bajaban la cabeza pero no se inclinaban el cuello en sumisión, lo cual esperaría de ellos si yo fuera ella. Al fin y al cabo, era la hija del Alfa.
Estos jóvenes se comportaban como colegiales a su lado, pero ella necesitaba un hombre. Un hombre que la guiara, que la llamara a cuentas por su actitud... como en la corrida de la manada. ¿Fui el único que consideró su ausencia una ofensa? ¿El único dispuesto a señalar sus caprichos?
No debería haberla