Punto de vista de Héctor
Salomón, el bastardo, me había hecho ver cómo se llevaba a Carla de las mazmorras, mi propia compañera en los brazos de otro hombre.
Mía... ella era mía.
Podía sentir cómo mi vida se me escapaba, cómo se acercaba mi fin. La cuchilla que aún estaba clavada entre mi placa torácica estaba a solo unos centímetros de mi corazón... un poco más arriba y habría sangrado hasta morir hace tiempo. Mi lobo, decidido a salvar a nuestra compañera, seguía empujando hacia adelante solo para que las cadenas de plata lo obligaran a retroceder.
Pero eso no me detendría, seguíamos intentándolo, seguíamos luchando contra las cadenas hasta que la oscuridad me dominó.
No estaba muerto, lo sabía. Podía oler algo... algo que ardía.
Estaba en un vacío negro, consciente pero no del todo, como dormido, pero también no dormido.
Sabía que no estaba muerto, pero también sabía que mi mente y mi cuerpo habían perdido la conexión.
Fue entonces cuando lo sentí, un impulso de energía entrando en