El sonido de la lluvia aún persistía en los cristales cuando Brooke abrió los ojos. La habitación de invitados estaba en penumbra, iluminada solo por la tenue luz que se colaba entre las cortinas. Durante unos segundos, le costó recordar dónde estaba. El aroma a madera, el calor de las sábanas, el silencio… no eran los de su casa.
Entonces lo recordó todo.
La tormenta. El coche. La tensión en la cocina. El roce de sus manos. Su respiración.
Y Aleksei.
Suspiró, sentándose con lentitud. Se frotó la cara para despejarse. No había dormido bien. El recuerdo de la noche anterior se repetía como un eco, especialmente ese instante en que lo tuvo tan cerca, tan real, que creyó que el mundo se había detenido.
Se vistió en silencio, bajó las escaleras descalza y encontró a Aleksei en la cocina, preparando café. Llevaba una camiseta gris, el cabello ligeramente desordenado y esa mirada que parecía siempre en guardia, incluso en la quietud de la mañana.
—Buenos días —dijo ella, frotándose los braz