Camila lo miró, sus ojos seguían húmedos, cargados de una mezcla de culpa, dignidad y necesidad. La voz que salió de su garganta fue apenas un susurro.
—Respóndeme con honestidad Alejandro Por favor ¿Tú… amas a mi hija? –Repitió la pregunta anhelando una respuesta.
Alejandro no respondió enseguida. La pregunta era una daga envuelta en seda. La vio de frente, sin huirle al peso de lo que tenía que decir. Y esta vez, bajó la mirada un segundo. No por debilidad, sino por respeto a la verdad.
—La respeto —dijo, por fin—. Me importa profundamente. Leticia tiene un alma fuerte, pero también ha heredado muchas heridas. Y sé, por el tiempo compartido juntos, que hay mucho en ella que vale la pena salvar. Y será solo con la verdad.
—Eso no responde mi pregunta –insistió Camila Villalba.
Él la miró con un silencio denso. Su expresión se suavizó apenas. Pero como siempre decidió hablar sin tapujos.
—No —respondió Alejandro, sin rodeos, con una serenidad en su voz que dejaba claro que no buscaba