Camila Villalba no se movió. No reaccionó de inmediato. Su cuerpo permaneció inmóvil, como si de pronto la gravedad hubiera cambiado en esa habitación. No respiró por varios minutos que parecieron eternos. Por un instante, el tiempo pareció detenerse con un silencio pesado. Era como si un abismo se hubiera abierto bajo sus pies y estuviera cayendo en él hasta el fondo. Solo sus ojos, fijos en los de Alejandro, revelaban que su mundo acababa de tambalearse. La palabra flotaba en el aire como una sentencia y había caído como una piedra al fondo de un lago sereno: Diana.
Una simple palabra. Un nombre. Pero para Camila Villalba, era mucho más que eso. Era una herida sellada con descuido. Con indolencia. Una historia que había barrido bajo la alfombra de su conciencia hacía muchos años. Y ahora… ahora esa historia estaba de pie frente a ella, con los ojos oscuros de Alejandro Santoro clavados en los suyos.
Su respiración se volvió superficial. La habitación, perfectamente ordenada, comenzó