DAMOND
Desde anoche, nada en mi cabeza se ha detenido. Todo parece encajar en un rompecabezas demasiado antiguo, demasiado enfermo, demasiado personal. Cristofer trabaja desde la madrugada, revisando archivos que debieron quemarse hace décadas. Registros viejos del clan Linwood, contratos prohibidos, expedientes tachados con tinta que alguien intentó borrar… pero no lo suficiente.
Finalmente, entra en la sala de control con el rostro desencajado, como si hubiera visto un cadáver levantarse.
—Jefe… encontré algo.
Se acerca con una carpeta vieja, amarilla por los años. La deja frente a mí. Un nombre tachado tres veces con tinta, lápiz y marcador. Pero aún legible.
Un nombre que jamás debía volver a existir.
—No puede ser… —susurro sintiendo un frío en la columna, uno que no sentía desde niño.
—Ese nombre aparece vinculado a tu padre —continúa Cristofer—. A una operación que salió mal hace más de treinta años. La paciente era… la hija de alguien. Y murió.
Esa palabra pesa.
Murió.
—Su pad