A pesar de mi "entusiasmo" inicial y decirme que no dejaré que Alexander arruine mi día, la verdad es que una parte de mí no quiere salir del ático. Lo único que deseo es acurrucarme bajo las sábanas, cerrar los ojos y convencerme de que lo ocurrido más temprano con Alexander no ha pasado. Que él no se había marchado con esa frialdad sin siquiera dejar explicarle cómo sucedieron las cosas
Pero no puedo. Mi madre tiene un plan para nuestra mañana. Un maldito plan que incluye al zoológico.
¡El zoológico!
De todos los lugares que Nueva York puede ofrecer, ella ha elegido este. Repleto de turistas con gorras, familias neoyorquinas arrastrando a niños con algodón de azúcar pegajoso en las manos, cámaras colgando de cuellos, voces superpuestas, risas, chillidos y ese olor extraño a animales y frituras mezcladas. Todo eso ahora mismo me resulta sofocante. Pero la miraba a ella y ver esa chispa de emoción en sus ojos hace que me muerda la lengua y camine a su lado, fingiendo que todo está bie