Nunca había sentido tanto calor en pleno otoño. Es como si las lámparas de la estación de Nueva York se hubieran confabulado contra mí, proyectando su luz amarillenta justo sobre mi nuca y mis hombros, haciéndome sudar más de lo normal. Me paso la palma por la frente, disimulando, como si simplemente apartara un mechón de cabello rebelde. Pero la verdad es que estoy empapada. El sudor no viene del clima ni de las multitudes que van y vienen con sus maletas arrastrando ruedas sobre el suelo pulido. El sudor nace de mí, de mi pecho encogido, de la ansiedad que me consume mientras espero.
Mis padres llegan en cualquier minuto.
Siento que el reloj de la estación retumba dentro de mis sienes. Cada vez que el segundero avanza, mi corazón lo imita con un golpeteo más fuerte. ¿Cómo iba a explicarles todo? ¿Cómo iba a decirles, de golpe, que no solo estaba comprometida, sino que además vivía con Alexander? Bueno, lo primero no es un secreto, pero igual sé que van a querer hablar del tema.
Resp