Despierto con la sensación extraña de que estoy viviendo un recuerdo y, al mismo tiempo, algo nuevo. Por un instante, creo que estoy en un sueño, porque la calidez que me envuelve me resulta familiar. Siento la presión firme de un brazo alrededor de mi cintura, el peso de un cuerpo pegado a mi espalda y un calor tan real que no puedo definir como un simple sueño. Abro lentamente los ojos y lo confirmo. Alexander está detrás de mí, profundamente dormido, su respiración pausada rozando la curva de mi cuello.
El déjà vu me golpea con fuerza. Esta misma imagen la he vivido antes, o al menos una parecida. Yo, despertando entre sus brazos, atrapada en esa cercanía que no sé si me protege o me amenaza. Pero esta vez es distinto, esta vez no hay tela de por medio. No hay ropa y no hay excusas. Esta vez ambos estamos desnudos, sin máscaras y sin defensas. La piel contra la piel es un recordatorio brutal de lo que ha sucedido anoche al llegar del club.
Me muerdo el labio y cierro los ojos un in