CAPÍTULO 14

La noche tiene ese aire húmedo y ligero que deja el río cuando el calor del día se retira a regañadientes. El asfalto, aún tibio, devuelve un perfume urbano que se mezcla con el aroma dulce del agua cercana. La limusina se detiene con un suspiro elegante, y durante un instante pienso que el chofer se ha equivocado de dirección.

No es la fachada imponente de un hotel ni el destello de un salón de convenciones. Frente a nosotros, una propiedad amplia y de líneas modernas se recorta contra la penumbra. Grandes ventanales dejan escapar luz cálida y reflejos dorados sobre el pavimento húmedo. Puedo oír, incluso desde ahí, la música sutil y las risas amortiguadas que salen del interior.

—Pensé que sería en un salón o algo así —murmuro sin saber bien porqué.

—¿No te lo esperabas? —pregunta Alexander, ya con la mano en la manija de la puerta.

—Definitivamente no —respondo, intentando que mi tono suene neutral.

Cuando bajo, el aire del East River me envuelve como una caricia fresca. Él, impeca
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