Ni siquiera esperé a que salieran del coche. Salí corriendo y entré en el bar, buscando el baño.
Después de vaciar la vejiga, encontré a mi padre y a Theo sentados en la sencilla cafetería de carretera. El olor a comida frita impregnaba la estancia y sólo había un empleado, que sin duda cogía el dinero y hacía la comida con la misma mano.
- ¿Qué haces ahí sentado?
- Quiero comer algo grasiento -respondió Theo, sonriendo libertinamente.
- No... No voy a escuchar eso. Sólo porque has engordado un poco crees que puedes estirar la pata y abandonar la dieta y el ejercicio, niñato? - me burlé.
- No estoy a dieta. Y no voy a abandonar el ejercicio, si eso es lo que estás sugiriendo.
- ¿Así que no te gusta lo que se sirve en la mansión Casanova? - preguntó Heitor.
- Tranquilo, papá. Y prueba algo diferente por una vez -sugirió Theo-.
- Este sitio es raro. - Heitor miró a su alrededor.
- Y no parece nada higiénico. - Miré.
- Siéntate con nosotros y cállate, sol. - Theo fue duro.
- ¡No quiero!