La mansión de los King estaba en silencio aquella mañana, pero en otra parte de la ciudad, en la casa de Emma, las malvadas mujeres ultimaban los detalles de su venganza.
Emma marcó el número con rapidez y puso el altavoz. A los pocos tonos, una voz serena y conocida respondió.
—¿Señora Emma?
—Amanda, cariño, cuánto tiempo sin escucharte. —La voz de Emma era melosa, casi maternal—. ¿Puedes venir ahora mismo? Victoria y yo te necesitamos con urgencia.
Media hora después, la puerta se abrió y entró una mujer de unos cincuenta y cinco años, de porte recto, cabello negro recogido en un moño impecable y ojos astutos que lo veían todo. Amanda cerró la puerta con cuidado y se quedó de pie, esperando.
—Siéntate, mujer, que no te vamos a comer —dijo Emma, señalando el sofá—. Lo que tenemos que proponerte es… delicado, pero tú siempre has sido de absoluta confianza.
Victoria fue directa al grano.
—Necesitamos que te infiltres como sirvienta en la casa de mi ex marido.
Amanda alzó una ceja, pe