Alexander sintió el familiar y potente aroma de jazmín y sándalo envolverlo. El contacto de las manos sobre sus hombros, aunque suave, lo hizo tensarse. Su instinto le gritó el nombre antes de que tuviera que verlo. Se giró abruptamente, el café caliente casi desbordándose de la taza.
Frente a él, Victoria sonreía, su rostro maquillado con precisión de depredadora, sus ojos brillando con una mezcla de seducción y malicia. Estaba vestida con un traje ceñido a su perfecta figura.
— qué alegría verte cariño —dijo Victoria, su voz baja y aterciopelada—. no te imaginas cuánto soñé con este momento.
Alexander dejó la taza sobre el mostrador de la cafetería con un golpe seco, el sonido resonando en el silencio de la oficina. Su rostro se cerró, volviéndose una máscara de fría furia.
—Victoria —dijo Alexander, su voz dura como el hielo—. ¿Se puede saber qué demonios estás haciendo aquí?, te recuerdo que tienes una orden de restricción.
—Oh, esa pequeña formalidad —replicó ella, encogiéndos