Luego de haber estado con su amiga en el hospital, Aurora regresó a casa. La tensión se había instalado en sus hombros. Mel le había pedido que no le dijera nada a Alexander respecto a su embarazo, porque corrían el riesgo de que él, en un intento por ayudar, pudiera comentárselo a Richard. Pero Aurora no estaba acostumbrada a mentirle a su esposo por lo que El debate interno era inevitable, y la culpa comenzaba a picarle la conciencia.
Se encontraba en el gran comedor de la mansión, una sala que se sentía demasiado amplia para una sola persona. Estaba esperando a que Alexander llegara. Él le había dicho que tenía muchos pendientes debido al viaje donde se casaron y que tenía que ponerse al día con el trabajo acumulado.
Alfred, el mayordomo, se acercó a la mesa con una elegancia silenciosa.
—Señora, ¿va a querer cenar o esperará a que llegue el señor? —preguntó Alfred, con la cabeza ligeramente inclinada.
—Muero de hambre, Alfred —dijo Aurora, con una sonrisa cansada, tocando su estó