Aurora llegó a la recámara después de dormir a Max tarareando suavemente una melodía que el pequeño había repetido toda la tarde. Sonreía. Había sido un día agotador, pero gratificante; ayudar a Melania siempre la llenaba de ánimo.
Cuando levantó la mirada, Alexander estaba de pie en medio de la habitación, sosteniendo su blusa entre los dedos. Su expresión… era inusual. Seria. Contenida.
La sonrisa de Aurora se desvaneció poco a poco.
— Amor… ya llegaste —dijo acercándose a él con suavidad—. ¿Estás bien?
Alexander bajó la mirada hacia la blusa y luego la dejó sobre la cama, como si no quisiera mostrar demasiado.
— Sí. Todo bien —respondió con un tono seco, casi mecánico.
Aurora frunció el ceño.
— Alex… —dio un paso más, buscando su rostro—. ¿Te pasó algo en la oficina?
Él negó con la cabeza, pero su postura rígida lo delataba.
— Nada. Solo estoy cansado.
Ella supo que no era cierto. Lo conocía demasiado bien. Pero decidió no presionarlo; se limitó a rozar su mejilla con cariño.
— Bu