La adrenalina aún bombeaba en mis venas, alimentada por el dolor y la furia de la crueldad. Tras mi colapso salí del hospital, buscando a como diera lugar una vía de escape que me permitiera afrontar la pesadilla por la que estaba atravesando. No recordaba exactamente cómo llegué, pero instintos me guiaron hasta la Mansión King.
Pagué el taxi con manos temblorosas y, sin pensarlo dos veces, me dirigí al garaje. Había una urgencia hirviente en mí. No podía quedarme quieta, ni esperar el consuelo de Alexander ni de nadie más. La rabia necesitaba una válvula de escape, y encontré la liberación en un automóvil deportivo de Alexander.
Tomé uno de los coches y avancé a toda velocidad. Mi mente estaba perturbada, dolida y desesperada. El rugido del motor era el único sonido que podía acallar las voces de Karoline y Alan en mi cabeza.
Me preguntaba una y otra vez cómo esos malditos podían seguir haciéndome daño después de haber acabado con la vida de mi hijo, mi pequeño Tommy que ningun