La preocupación de Alan

Victoria entró a la mansión King como un vendaval helado, rompiendo la burbuja de alegría. Todos quedaron en shock al verla, no podían creer la desfachatez de la malvada mujer al presentarse en la casa a pesar de que sabía que aquello podría causarle al niño una reacción catastrófica.

—¿Cómo te atreves? —susurró Alexander, su voz tensa y peligrosa, para que nadie pudiera escucharlo, acercándose a ella.

—Alexander, he venido aquí porque tú no me has dejado otra opción —dijo Victoria, con una falsa calma—. Quise hacer las cosas bien, pero tú has estado poniéndome obstáculos desde que llegué, y no es justo, porque tengo todo el derecho.

—Tú no tienes derecho a nada, lárgate ahora mismo.

—No me voy a ir, la ley me respalda. Este es el citatorio para el juicio de demanda por la custodia de mi...

—¡Cállate! —gritó Alexander, interrumpiéndola abruptamente antes de que soltara la frase que podría herir a su hijo.

Max, que se encontraba entre Aurora y sus amigos, salió rápidamente, encontrándo
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