Aurora detuvo su cuerpo en seco. La figura de Victoria bloqueaba su camino, el sol matutino brillando tras la silueta impecable de la exesposa de Alexander. El aire se cargó de pronto, la atmósfera tranquila de la entrada del colegio se sentía ahora como un campo de batalla.
—Hola, Aurora, mi nombre es Victoria, ¿me imagino que te han hablado de mí verdad? —saludó ella ladeando la cabeza, con un tono burlón.
Aurora sintió un escalofrío, pero su rostro no se inmutó. La rabia de la noche anterior, alimentada por el secreto de Alexander, se transformó en una armadura helada. Se enderezó, mirándola de frente.
—Victoria —dijo Aurora, claro que sé quién eres, entre mi esposo y yo no hay secretos, su voz estable y firme, sin un ápice de miedo—. lo que no entiendo es qué haces aquí, aún no cuentas con la autorización de Alexander para ver al niño.
—Oh, vamos —dijo Victoria, dando un paso más cerca, su expresión de burla acentuándose—. una madre no necesita permiso para reclamar el derecho